Los aranceles de EE UU son un reflejo de cómo funciona la administración Trump

Existen situaciones en las que los aranceles son una herramienta útil para hacer frente a un déficit comercial o para proteger sectores clave de la economía de un país. Luego, hay situaciones en las que se acusa a un puñado de pingüinos en una isla deshabitada de manipulación monetaria. Dejaremos que adivines de cuál se trata.
Esto es lo que se desprende de los múltiples aranceles anunciados por el presidente de EE UU, Donald Trump. Además de las islas Heard y McDonald, ocupadas por pingüinos, los aranceles apuntan al Territorio Británico del Océano Índico, cuyos únicos ocupantes viven en una base militar conjunta de Estados Unidos y el Reino Unido en la isla Diego García. Sí, el país está imponiendo aranceles recíprocos contra sus propias tropas.
Ningún rincón de la economía queda intacto
También están los aranceles contra países que ofertan bienes y servicios reales de los que dependen los consumidores estadounidenses: un 54% para China, seguido de Vietnam con 46%, Camboya con 49% y, por último, Corea del Sur con 25%. Los analistas prevén que la bolsa se desplome y auguran una recesión. La industria tecnológica se pondrá patas arriba. Y Mark Cuban, un famoso millonario, anima a la gente a hacer acopio de bienes antes de que sea demasiado tarde.
Es imprudente, es absurdo, pero también es todo lo que Donald Trump refirió que haría durante la campaña electoral. Es cierto que no telegrafió lo errónea que sería la metodología, pero basta decir que está completamente alejada de las realidades del comercio internacional. La promesa de la administración republicana era arancelar su camino a la victoria.
El objetivo declarado es devolver los empleos manufactureros a Estados Unidos, un cometido tan viable como resucitar al dodo. De acuerdo con el Banco Mundial, EE UU sigue fabricando muchos productos y es el segundo país, después de China, en producción anual. Pero muchos de los puestos de trabajo de la industria han sido sustituidos por la automatización. Los mayores costos laborales nacionales implican que los productos fabricados en Estados Unidos serán más caros, una contrapartida que los consumidores estadounidenses rechazan sistemáticamente. El asunto, que ya era muy sonado en el primer mandato de Trump, ahora lo es aún más.
Sumemos un nuevo factor a la ecuación: pensemos que un puñado de empresas deciden establecer fábricas en EE UU. Los plazos para tomar esas decisiones de producción y ponerlas en práctica no se miden en años, sino en décadas, y el desarrollo puede ser irregular. ¿Qué ocurre mientras tanto? Estados Unidos no puede fabricar todos los artículos que su país necesita repentinamente. Ahora hay un arancel adicional del 47% a Madagascar, el principal productor y exportador de vainilla. A menos que de repente se instalen líneas de producción de vainilla en Ohio, la situación podría complicarse.
Ojo por ojo, diente por diente
Pero tal vez el llamado Día de la Liberación de Trump sea solo una estrategia de negociación maestra. El secretario del Tesoro, Scott Bessent, mencionó a CNN: «Que todo el mundo se siente y respire hondo. No tomen represalias inmediatamente. Veamos a dónde va esto. Si tomamos represalias, solo conseguiremos la escalada».
Es una táctica interesante: empezar una pelea de bar y pedir a todo el mundo que no devuelva los puñetazos por si alguien sale herido. Por su parte, China ya prometió tomar represalias; la UE sugirió hacer lo mismo.
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