El agua regresa al Lago de Texcoco y entierra los restos de lo que quiso ser un megaaeropuerto

En lugar de construir los humedales pieza por pieza, Echeverría reutiliza partes de la construcción del aeropuerto y proyectos hidráulicos previos. El método es dejar que la naturaleza trabaje. Habla, por ejemplo, de los nueve ríos que alimentan la zona: “Los reconectamos y con eso permitimos dos cosas. Una es que las lagunas se sigan formando en toda esta zona y la otra es sanear y mejorar ciertas condiciones”.
Este trabajo permitirá recuperar los cuerpos de agua Ciénega de San Juan, Lagunas Xalapango, Texcoco Norte y el Lago Nabor Carrillo. Estos son fundamentales para las aves migratorias, pero también para especies locales como el pez mexclapique o la rana de árbol plegada.
El agua del lago de Texcoco no era potable. Su naturaleza es amarga, salada y hasta fétida. Por ser el lago más bajo, acumulaba los sedimentos de los otros depósitos de agua más elevados, pues estaba muy cerca de la zona de manantiales termales de Pathé y Tecozautla, en Hidalgo, en donde se mezclaban y cargaban de compuestos azufrados. A primera vista, el agua salada que contenía el lago de Texcoco representó un inconveniente para el cultivo, ya que el salitre impedía su crecimiento. Pero, cuando el lago retraía su margen y el efecto natural de evaporación hacía su trabajo, quedaban expuestas sales que sus pobladores supieron aprovechar para curtir la piel de los animales que cazaban, curar enfermedades, fijar colorantes en los textiles y hasta para limpiarse los dientes.
Tras la conquista española se crearon nuevas exigencias para el uso de la sal, las cuales contribuyeron a la creación de diferentes yacimientos. Esta demanda estuvo estrechamente relacionada con un tipo de sustancia, bastante gruesa y tosca, llamada tequesquite, que se producía en el lago de Texcoco, misma que era requerida para alimentar a cierta cantidad de animales domésticos como borregos, cabras y cerdos. También fue utilizada en la minería para el refinamiento de la plata y la fabricación de pólvora, vidrio, cerámica vidriada y jabón.
Desde tiempos prehispánicos, el tequesquite era usado en la preparación de los alimentos, actualmente sigue siendo un ingrediente utilizado en diversas recetas de la cocina tradicional mexicana. El lago de Texcoco favoreció a una alimentación bastante diversa que fue complementada con la caza. Como ejemplos de esta nutritiva dieta se encuentran las aves migratorias como patos y ánsares, peces, sobre todo en los afluentes de los ríos que desembocaban en este lago y algunos insectos, gusanillos, lombrices, huevecillos de mosca y algas.
Para el agua potable, los pobladores captaban agua a través de pozos; el aprovechamiento de ríos y manantiales; la acumulación de agua de lluvia y la construcción de acueductos. Este lugar atrajo a diversos grupos y permitió su supervivencia, pero también creó tensiones entre ellos. Ante estas circunstancias, la negociación por los recursos fue una constante, así como el conflicto.
El área lacustre que en 1521 ocupaba 600 km2 fue disminuyendo, para 1608 pasó a 400 km2. A finales del siglo XVIII, en el plano de José Antonio Alzate conocido como Mapa de las aguas, los lagos de la cuenca de México están aislados, vastos terrenos los separan, al norte del Lago de Texcoco las ciénagas prosperan, el agua va perdiendo extensión. Para 1856, le restan al Lago de Texcoco 350 km2, a inicios del siglo XIX son 267 km2, en la década de 1960 apenas 160 km2.
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