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El fast fashion se está convirtiendo en recursos para comunidades del sur global

El fenómeno del fast fashion (moda rápida) ha convertido la ropa en un producto de consumo volátil y desechable. Las tiendas físicas y online del sector han revolucionado la forma de comprar ropa, haciéndola más asequible, pero generando al mismo tiempo una enorme crisis medioambiental y social.

Cada año salen al mercado miles de millones de prendas de bajo costo, pero una cantidad igualmente grande acaba inevitablemente desechada, entrando en el ciclo de los residuos, con consecuencias devastadoras para el planeta y para las comunidades más vulnerables, a menudo «encargadas» de su eliminación. Sin embargo, hay realidades en otros tantos países del sur global donde la ropa desechada encuentra nuevas formas de ser reutilizada, lo que pone aún más de manifiesto la compulsividad e insuficiencia del sistema y demuestra que la humanidad aún puede inspirar esperanza de que exista una economía circular.

Los desfiles de moda en el mercado de Gikomba, Kenia.

Fotografía: TONY KARUMBA/Getty Images


Mano de una persona sosteniendo un trozo de tela empapada en tinte rojo

Que no cunda el pánico, tu camisa no va a salir del clóset para matarte en la noche, pero sí puede tener sustancias tóxicas nada buenas para tu salud.


La ropa que compramos, nos ponemos y luego tiramos

La industria textil, la tercera del mundo tras la alimentaria y la inmobiliaria, es una de las más contaminantes del planeta. Según el último informe de la Agencia Europea de Medio Ambiente, entre el 4% y el 9% de todos los productos textiles comercializados en Europa se envían a la basura sin haber sido utilizados nunca para el fin previsto. En 2020, cada ciudadano europeo compró una media de 16 kilos de productos textiles, de los cuales 11.6 kilos fueron a parar directamente a los residuos domésticos mezclados.

Entre el 60% y el 70% de los productos textiles están hechos de plástico, principalmente poliéster, que se produce a partir del petróleo y el gas. El resto son textiles de origen orgánico, incluidos algodón y lana. En 2020, el consumo medio de productos textiles por persona en la UE requirió 9 metros cúbicos de agua, 400 metros cuadrados de tierra, 391 kilos de materias primas y provocó una huella de carbono de aproximadamente 270 kilos.

A los daños medioambientales hay que añadir la contaminación del agua causada por las sustancias químicas liberadas durante el teñido de los tejidos, así como la liberación de microplásticos procedentes de fibras sintéticas que contaminan mares y ríos, con graves consecuencias para las cadenas alimentarias marinas. Todo ello no ha frenado el auge de la moda rápida, especialmente en Occidente, pero ha provocado que los países del sur global, donde acaban la mayor parte de los residuos y la ropa no vendida, sufran las consecuencias medioambientales más graves.

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