La bulimia y la anorexia son especialmente destructivas para mujeres de mediana edad

Una mujer de 46 años reveló un secreto personal cuando su hijo la acompañó al psiquiatra. Durante cinco años vivió un ciclo silencioso y cruel de comilonas y vómitos autoinducidos. La fatiga resultante paralizó sus rutinas y la aisló socialmente.
Según el reporte de caso clínico, la paciente tenía episodios de bulimia nerviosa, un padecimiento que puede causar deshidratación, ansiedad y sentimientos de culpa. Su caso es uno de muchos que permanecen invisibles debido al estigma de que solo los jóvenes padecen trastornos alimentarios, un grupo de condiciones psiquiátricas caracterizadas por alteración o evitación de la alimentación. La investigación, los diagnósticos y los tratamientos suelen centrarse en la adolescencia, la población más afectada, aunque deja en la sombra a las personas de mediana edad (de entre 40 y 60 años), cuya insatisfacción corporal les genera sufrimiento.
Entre 1990 y 2021, la tasa global de prevalencia de anorexia nerviosa (la restricción de ingesta calórica por debajo de las necesidades por el miedo a ganar peso) y bulimia nerviosa en adolescentes y adultos jóvenes, de entre 10 y 24 años, aumentó de 300.73 a 354.72 por 100,000 habitantes. Sí, la adolescencia es la etapa con mayor número de casos, pero no es la única ventana de vulnerabilidad.
La prevalencia de trastornos en mujeres disminuye con la edad, pero nunca llega a cero. Cada vez más adultas mayores de 40 años buscan tratamientos.
Aunque no hay cifras exactas, algunas investigaciones indican que entre el 2.1 y el 7.7% de esta población padece trastornos de la alimentación diagnosticados según criterios clínicos. Mientras que, al evaluar conductas como la alimentación restrictiva y la preocupación excesiva por la comida mediante cuestionarios, el riesgo de tener una alimentación desordenada o trastornos de la conducta alimentaria (TCA) está entre el 2.6% y el 16%.
“Se podría comparar a una segunda adolescencia por los cambios hormonales”, describe Rosa Behar, psiquiatra e integrante del grupo científico de TCA y obesidad de la Sociedad Chilena de Neuropsiquiatría. Según Behar, el estudio de estos trastornos en la edad media es un área de interés emergente, con datos aún limitados.
Una ventana de vulnerabilidad
Los cuadros alimentarios son síndromes; en medicina, cada síndrome es un conjunto de síntomas y signos multideterminados de forma biológica y psicosocial, indica la investigadora chilena.
La mediana edad se asocia a cambios hormonales, metabólicos, físicos, neurológicos y reproductivos, como la redistribución de la grasa con mayor acumulación abdominal, la pérdida de masa muscular y la reducción del gasto energético en reposo, entre otros.
Cuando estos cambios colisionan con un entorno de presión social mezclado con un ideal de delgadez, pueden generar “inconformidad con el propio cuerpo y la sensación de que lo que hago por mantener mi físico no es suficiente”, señala Mónica Flores, psiquiatra e investigadora en ciencias médicas, especialista en salud mental femenina y trastorno depresivo mayor.
A la etapa de transición hacia la menopausia se le llama perimenopausia, periodo caracterizado por cambios hormonales y alteraciones en la regularidad menstrual, previo a la interrupción definitiva de la menstruación. La doctora Flores aclara que es más que una deficiencia de estrógenos: es una caída con fluctuaciones. “No es una caída suave o de un día para otro, es una caída con picos”.
Al parecer, agrega, “esas fluctuaciones no permiten a nuestro cerebro encontrar una señal de cuál es el estado en el que está la persona”. Esto resulta en sofocos, sudoraciones nocturnas, alteraciones del sueño o del apetito, fatiga, entre otros malestares.
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