Ana Lilia Pérez, autora del El Cuerpo Perfecto: «La tecnología se ha convertido en una fábrica masiva de dismorfia corporal»

Ana Lilia Pérez sabe cómo investigar el infierno. Lo hizo cuando destapó la corrupción institucional en Pemex RIP, cuando navegó los Mares de Cocaína y cuando expuso las entrañas del crimen organizado en El cártel negro. En su nuevo libro, El cuerpo perfecto (Grijalbo), Pérez cambia el escenario de los oleoductos por los quirófanos clandestinos y el algoritmo de TikTok. La premisa es escalofriante y puramente tecnológica: las herramientas digitales han dejado de ser medios de comunicación para convertirse en una «fábrica masiva de dismorfia corporal».
La también académica y colaboradora de medios internacionales como Süddeutsche Zeitung y CNN, disecciona en entrevista para WIRED cómo el efecto Zoom y la presión del scroll infinito han creado un vacío legal donde convergen la salud pública, el marketing depredador y, sorprendentemente, estructuras criminales que ahora trafican con la inseguridad humana.
Lejos de ser un manual de belleza, la obra documenta cómo la cultura digital, con sus filtros y selfies, ha detonado una crisis de salud pública global. A través de ocho capítulos, la autora desnuda la maquinaria detrás de la obsesión contemporánea por la imagen.
“H ay un antes y un después en el campo de la estética relacionado directamente con la pandemia de COVID-19. Se generó una adicción a los filtros y una necesidad de materializar esa imagen retocada en la vida real. Esto no es trivial; es un problema de salud pública impulsado por redes sociales que difunden influencers enfocados en procedimientos estéticos”, sostiene la autora de El Cuerpo Perfecto.
El libro inicia analizando cómo la tecnología ha dejado de ser una herramienta neutral para convertirse en una fábrica de dismorfia corporal, donde la autopercepción se distorsiona bajo la presión de likes y la edición digital. Pérez revela la existencia de «clínicas fantasma» y un ecosistema de intrusismo médico donde charlatanes realizan procedimientos invasivos sin certificación, a menudo utilizando sustancias nocivas como biopolímeros o aceites industriales.
“Los mercados criminales globales a menudo se montan sobre fachadas de legalidad, usándolas incluso para el lavado de dinero. Al igual que investigué en Mares de Cocaína, aquí encuentro redes ilegales que operan bajo una apariencia clínica legítima”, explica a WIRED.
Uno de los hallazgos más alarmantes es la incursión del crimen organizado en el sector, traficando con insumos médicos ilegales y lavando dinero a través de centros estéticos. La investigación expone cómo los creadores de contenido actúan, muchas veces sin saberlo o sin escrúpulos, como el brazo comercial de este mercado desregulado, normalizando cirugías de alto riesgo como si fueran compras casuales.
WIRED: Según tu investigación, ¿en qué momento dirías que la tecnología dejó de ser una herramienta de comunicación para convertirse en una fábrica masiva de dismorfia corporal?
Ana Lilia Pérez: Hay un antes y un después en el campo de la estética —con y sin bisturí— relacionado directamente con la pandemia de COVID-19. Al vernos forzados a trasladar nuestra vida a lo virtual, se dispararon fenómenos como el llamado «efecto Zoom» o la «dismorfia de Snapchat».
Se generó una adicción a los filtros y una necesidad de materializar esa imagen retocada en la vida real. Esto no es trivial; es un problema de salud pública impulsado por redes sociales que difunden influencers enfocados en procedimientos estéticos. El contenido tiene millones de vistas, pero el problema es cómo se usa la red: se ha convertido en un sistema de mercadotecnia intrusivo donde charlatanes contratan generadores de contenido para promover desde cosméticos inyectables hasta cirugías, sin ninguna base clínica.
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