El inesperado papel que tiene la decepción en tu supervivencia

La decepción es una experiencia común para los animales. Es esencialmente el sentimiento negativo que surge tras no recibir una recompensa esperada. Ello puede comprender escenarios muy básicos, como el no obtener comida tras una jornada de caza, hasta los más complejos, como la negación de un ascenso laboral o el rechazo amoroso. Pero quizá no deberíamos buscar un remedio para blindarnos de esta amarga emoción. La ciencia demuestra que se trata de un mecanismo químico que empuja al cerebro a cambiar de estrategia cuando las acciones dejan de dar el resultado esperado.
Un estudio reciente publicado en Nature Communications mostró que la decepción no se limita a un malestar psicológico, sino que provoca una reacción medible en el cerebro. Investigadores del Okinawa Institute of Science and Technology (OIST) observaron cómo el neurotransmisor acetilcolina se activa en el estriado, la región cerebral vinculada con la toma de decisiones y la motivación, cuando los animales enfrentan un cambio inesperado en situaciones previsibles.
Aunque los científicos descubrieron la acetilcolina en 1921, el equipo del OIST logró registrar su liberación en tiempo real mientras los ratones experimentaban la privación de una recompensa esperada. Con ello revelaron un mecanismo químico que modificaba el comportamiento de los animales en escenarios decepcionantes y facilitaba la toma de nuevas decisiones.
Decepción en un laberinto virtual
El equipo entrenó ratones en un laberinto virtual en forma de Y. Tras varios intentos, los animales aprendieron cuál de las dos ramas ofrecía recompensa. Justo cuando dominaban la tarea y se acostumbraban al premio, los investigadores cambiaron la regla sin previo aviso: la recompensa apareció en el otro camino. Los ratones, convencidos de haber elegido correctamente, se frustraron. Una decepción clara.
Mientras tanto, los investigadores midieron la actividad de la acetilcolina con un sensor fluorescente y microscopía de dos fotones. Descubrieron que, cuando los ratones recibían la recompensa esperada, la acetilcolina disminuía brevemente como señal de confirmación. En cambio, cuando enfrentaban la decepción, la acetilcolina aumentaba de manera amplia y heterogénea en distintas zonas del estriado.
Ese disparo del neurotransmisor se relacionó directamente con la probabilidad de que el ratón cambiara de estrategia en la siguiente prueba. En otras palabras, la decepción activaba un sistema químico que favorecía la flexibilidad conductual: dejar de insistir en lo que ya no funcionaba y probar algo nuevo.
“Cuanto mayor era el aumento de acetilcolina, más probable era que los ratones cambiaran sus decisiones futuras. Nuestros resultados demostraron la importancia de la acetilcolina para romper hábitos y permitir tomar nuevas decisiones”, dijo Gideon Sarpong, uno de los autores del estudio, en un comunicado de prensa.
De la decepción animal a la humana
Aunque el experimento se realizó en ratones, sus implicaciones resultan claras para los seres humanos. La acetilcolina también cumple un papel central en nuestro cerebro y su dinámica podría explicar por qué la decepción, lejos de ser solo un sentimiento negativo, actúa como motor de adaptación. Probablemente nos obliga a reconocer que las reglas cambiaron y que debemos ajustar nuestra conducta.
Los investigadores enfatizan que su trabajo representa solo una parte de un panorama más amplio. Otras regiones cerebrales, células y neurotransmisores también intervienen en la toma de decisiones. Por ahora, este hallazgo parece tener potencial para tratar trastornos obsesivo-compulsivos, caracterizados por la dificultad de romper hábitos y modificar comportamientos
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