Breve balance del efecto Trump a seis meses de gobierno

Seis meses después de su regreso a la Casa Blanca, el presidente de EE UU, Donald Trump, continúa con la misma dinámica de gobierno: una combinación de espectáculo y política que satura el espacio mediático con memes, chistes surrealistas y crisis secuenciales, mientras una élite a su alrededor consolida una agenda radical bajo la superficie del caos. En estos 180 días de Trump, lo hemos visto disfrazado de rey y de superhéroe en memes; el «Golfo de América» ha sido redibujado en los mapas; se han lanzado bombas sobre Irán; se han impuesto barreras aduaneras contra la Unión Europea; ha comenzado una nueva guerra arancelaria; y se ha hecho un uso masivo de órdenes ejecutivas: más de 170, muchas más que cualquiera de sus predecesores en el mismo periodo, y más breves, señal de una estrategia rápida y feroz.
Junto a esto, emergen las fragilidades del movimiento Make America Great Again (MAGA), el lema del presidente: divisiones internas, una élite insegura respecto al «día después de la victoria», la «lista Epstein» (llamada así por el multimillonario acusado de encabezar una red de explotación infantil, que murió en prisión en circunstancias poco claras), que le salió el tiro por la culata a Trump, y una ralentización del impulso inicial.
En política exterior, Trump no ha cumplido sus promesas de acabar con las guerras iniciadas por sus predecesores: en Oriente Próximo su intervencionismo sigue siendo una mezcla de desdén hacia los palestinos e impaciencia con el primer ministro israelí Netanyahu. Stephen Wertheim, historiador de la Universidad de Columbia, ha escrito que Trump ha hecho poco por reducir la implicación militar de EE UU en el mundo.
Pero en Europa, sus ideas antisistémicas están triunfando. El crecimiento de las derechas nacionalistas y la fragmentación de la UE, entre aranceles, una Ucrania bloqueada por Viktor Orbán y la falta de cohesión en materia de defensa, favorecen la estrategia estadounidense de «divide y vencerás». Al fin y al cabo, detrás de la fachada divertida, MAGA es un movimiento político real que está reescribiendo las reglas del juego, aunque corre el riesgo de sucumbir a su propia velocidad o de convertirse definitivamente en un régimen autoritario si no encuentra resistencia.
Tras la cortina de humo de los memes y las declaraciones grandilocuentes, se mueve una agenda política mucho más concreta. Trump ha bombardeado Irán, ha reavivado las tensiones comerciales con la UE, ha introducido nuevas barreras aduaneras y ha iniciado un proceso de revisión de los tratados multilaterales. Pero, sobre todo, ha consolidado un bloque de poder que aglutina tres almas distintas: la base populista del movimiento MAGA, los republicanos «clásicos», obligados a convivir con su regreso, y los nuevos aceleracionistas de Silicon Valley y de la emergente industria militar.
El bloque de poder
Como explica por teléfono el politólogo y ensayista Lorenzo Castellani, profesor de la Universidad Luiss: «Las decisiones se centralizan en la figura del presidente, y los nombramientos se delegan a la dimensión local. Mientras ninguno de estos bloques se sienta decepcionado o encuentre una nueva alternativa, Trump tiene el campo libre».
Sin embargo, bajo la superficie se acumulan tensiones. Curtis Yarvin, ideólogo de la neorreacción, habla abiertamente de una «contrarrevolución» y aboga por una monarquía digital. Elon Musk, CEO de Tesla, acusa a Trump de ser incapaz de reformar el Estado y lo llama depredador sexual. Y los iniciados en el trumpismo empiezan a mostrar impaciencia con el líder que los llevó al poder. Una desavenencia que, sin embargo, según Castellani, no tendrá efectos inmediatos. El presidente ha calibrado su acción para contentar a todos: «A los aceleracionistas y a los republicanos clásicos les da rebajas fiscales y gasto en defensa. A los máximos exponentes de MAGA les propone muros, aranceles y cruzadas anti-wokes. En el frente exterior, alterna ataques puntuales, como el de Irán, con una redefinición del equilibrio de la OTAN en una clave más conveniente para Washington». Y, sobre todo, añade Castellani, «se trata de figuras influyentes, pero carentes de capacidad para generar una crisis política. El electorado republicano tiene una fuerte vena antiintelectual».
Es particularmente interesante observar el efecto dominó de la doctrina Trump fuera de las fronteras estadounidenses, especialmente en Europa. Su visión antisistémica y bilateralista ha encontrado tierra fértil en un continente desgarrado por tensiones internas, con la guerra de Ucrania en punto muerto, una Unión Europea fragmentada y un peso creciente de las derechas soberanistas.
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