la ciencia cree que deberíamos parar

En algunas regiones de África, uno de cada diez niños muere antes de cumplir cinco años. Las causas son múltiples: falta de acceso a agua potable, desnutrición, malaria y limitaciones en los servicios de salud. En 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomendó la administración de azitromicina dos veces al año en bebés de entre uno y 11 meses de edad en zonas con alta mortalidad infantil.
A pesar de que este antibiótico ofrece protección contra diversas infecciones y que, según estudios, reduce la tasa de mortalidad infantil en un 15%, una investigación publicada recientemente en The New England Journal of Medicine ha demostrado que limitar su uso solo a los bebés no produce los resultados esperados. Dicho estudio reaviva el debate sobre si vale la pena distribuir antibióticos de forma masiva pese al riesgo de generar resistencia bacteriana.
Una bomba de tiempo
Iruka Okeke, microbióloga de la Universidad de Ibadan, en Nigeria, reconoce que «es difícil afirmar que la resistencia antimicrobiana sea un problema mayor que la mortalidad infantil”. No obstante, considera que la amplia adopción de los medicamentos antimicrobianos con azitromicina es «una bomba de tiempo«.
No obstante, también hay quienes dicen que el medicamento está salvando vidas «La casa está en llamas, los niños están muriendo. ¿Por qué dudamos?”. Para el experto en la economía de la resistencia a los medicamentos en la Universidad de Boston, Kevin Outterson, este es, principalmente, un dilema moral.

Imagen | Unicef.
La mortalidad a la baja, pero a qué costo
Algunos países africanos, como Nigeria y Mali, ya han puesto en marcha programas a gran escala basados en esta estrategia, y Burkina Faso planea implementarlos en 2026. Estas iniciativas cuentan con el respaldo del consorcio REACH, financiado por la Fundación Gates. De hecho, un estudio realizado en 2009 reveló que la mortalidad infantil fue un 50% menor en los lugares donde se aplicó este tratamiento, en comparación con aquellos donde no se utilizó.
MORDOR (Macrolides Oraux pour Réduire les Décès avec un Oeil sur la Résistance), un estudio masivo realizado entre 2014 y 2017 en Malawi, Tanzania y Níger, confirmó que en los sitios donde todos los niños menores de cinco años recibían el antibiótico dos veces al año, las muertes bajaban un 13.5%. La OMS, sin embargo, decidió limitar el tratamiento solo a los bebés, para evitar abusar del fármaco.


No obstante, hace poco se realizó un estudio en Mali en el cual participaron casi 150,000 bebés de entre 1 y 11 meses. En 254 aldeas se administró azitromicina a los menores en dosis trimestrales. Los bebés de otras 511 aldeas recibieron el tratamiento dos veces al año, mientras que los de otras 386 aldeas recibieron un placebo en dosis trimestrales.
Luego de dos años, no se observaron diferencias estadísticamente significativas entre los tres grupos. Una posible razón es que la mortalidad infantil general en las aldeas de control fue de tan solo unas 36 muertes por cada 1.000 nacidos vivos, aproximadamente la mitad de la tasa prevista. Según Thomas Lietman, epidemiólogo que dirigió el estudio MORDOR, este estudio es «posiblemente el mejor y más definitivo» para probar el tratamiento exclusivo de bebés«.
Entre salvar vidas y provocar resistencia
Pese a todo, Okeke cree que la azitromicina es un importante tratamiento de respaldo para la fiebre tifoidea, que está aumentando en África Occidental. Por supuesto, las alternativas son más caras y a menudo no están disponibles. «Si se pierde un antimicrobiano en EE. UU. o Europa Occidental, se pierde algo valioso. Pero si se pierde un antimicrobiano en un entorno donde las opciones son tan limitadas, el impacto será mucho mayor«.
Ella afirma que el enfoque debería centrarse en mejorar la salud de los niños africanos de otras maneras. «Los niños no mueren por no recibir azitromicina. Mueren porque no reciben otras cosas: alimentos, agua potable, atención médica básica, vacunas«, dice. Cuando los países recurren a la administración masiva de medicamentos, añade, «puede ser una señal de que nos estamos rindiendo«.
La OMS actualizará sus recomendaciones en 2026, buscando un equilibrio entre el acceso a antibióticos y la conservación de su eficacia. Hasta entonces, la lucha por salvar vidas sin poner en riesgo el futuro de los tratamientos sigue abierta.
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