Contra todo pronóstico: el sorprendente auge del ecosistema tecnológico de Venezuela

Ramón Velásquez, CEO de Ubii, explica que el ecosistema fintech y de pagos venezolano ha crecido porque “la escasez de oferta hace que cualquier producto con tecnología financiera bien hecho se vuelva exitoso por necesidad”. Ubii, dice, ha apostado por atender a pequeños y medianos negocios con agilidad. “Abrimos una cuenta digital en cinco a diez minutos y activamos el punto de venta de inmediato”, ofreciendo un equipo “más barato que el del mercado” y una estructura de precios más eficiente.
Velásquez también subraya el impacto de otros actores que han transformado los pagos, como Cashea, una app de pagos diferidos que hoy tiene una base de usuarios que duplica la población entera de Panamá y opera en una veintena de ciudades venezolanas. “Vino a cubrir una necesidad importantísima: el crédito”, al punto de procesar este año “más de 2 000 millones de dólares en líneas de crédito, casi lo mismo que la cartera de crédito de todo el país”.
Velásquez resalta también el papel de exchanges autorizados como Kontigo y Crixto, esenciales para que empresas y usuarios puedan “intercambiar bolívares por stablecoins y enviar dinero a cualquier lugar del planeta en minutos”, no obstante las importantes restricciones. Para Raymond, la abogada, apps como Cashea le han permitido comprar artículos como aire acondicionado y televisiones “que probablemente por la situación económica del país, no pudiese haber comprado de contado” en otro momento.
Un contexto complicado
Aunque el ecosistema venezolano ha logrado desarrollar pilares como educación, incubación, mercado y tecnología, el financiamiento sigue siendo su talón de Aquiles. “Dinero hay”, dice Inguanzo, pero la mayoría de los inversionistas locales “no tienen la experiencia para invertir en startups”, y conceptos básicos como SAFE o notas convertibles aún son ajenos para muchos.
Esto, sumado a la falta de seguridad jurídica, hace que levantar capital sea “un proceso cuesta arriba”, dejando al “friends and family” como la principal fuente de fondos en etapas tempranas. Además, los “exits” son prácticamente inexistentes: no hay empresas grandes comprando startups ni un mercado de valores funcional, lo que limita el retorno y frena la entrada de capital institucional. En palabras de Inguanzo, mientras no se resuelva esa ecuación, el flujo de inversión seguirá siendo limitado pese al crecimiento del ecosistema.
“El marco regulatorio para los startups sigue siendo restrictivo, sobre todo los startups ligados al ecosistema fintech”, dice Oliveros, a lo que se agrega el estado de los derechos de propiedad en el país y el contexto de sanciones que afecta la relación con Estados Unidos, un actor clave en el sector. De hecho, en ocasiones, las startups han tenido tensiones y situaciones complicadas con entes reguladores o con la propia volatibilidad monetaria del país.
Pero el contexto no detiene a los emprendedores. “Creo que ya estamos viendo una evolución real. Estamos viendo personas construyendo estructura, haciendo empresa, y no ‘negocitos’”, dice Inguanzo. “También hay startups que no solo resisten, sino que crecen, contratan, levantan capital, hacen los headlines y exportan. Y, sobre todo, hay una generación que ya no se pregunta si irse o quedarse en Venezuela, sino cómo hacer que quedarse valga la pena”.
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